domingo, 22 de agosto de 2010

El Gordo

¡Ahí viene el Gordo!- se escuchó de pronto- ¡Guarda la porno huevón!, nos vas a cagar.

Rápidamente todo el material sexual desparramado sobre las carpetas volvió a su lugar de origen entre los cuadernos de diferentes materias.

¡Señores!- gritó una voz- y les digo señores pues ustedes ya no son niños. Ya no hay mamita ni papito que los pueda defender. A partir de hoy ustedes están en Primero de Secundaria y mi tarea es prepararlos en la formación Pre-Militar. Aprenderán canciones de guerra y marcharemos por las calles limeñas. Tendremos entre 2 y 4 horas por semana de entrenamiento intensivo. Este se convertirá en el curso más importante de su educación secundaria.

El Gordo, un profesor de tez morena y con muchos kilos de sobrepeso, se había enrolado en su juventud como voluntario en la guerra de las Malvinas pero para su decepción nunca entro en batalla, ya que la contienda terminó antes que el llegue al sur argentino. Luego quiso ingresar a la Escuela del Ejército, pero no fue aceptado por no contar con el dinero, el físico y la inteligencia suficientes. Como ya poseía entrenamiento militar comenzó a trabajar de guachimán en diferentes establecimientos comerciales hasta que conoció a un religioso español educado en la época del dictador Franco que le ofreció un trabajo como profesor en un colegio Parroquial no Estatal ubicado en la Magdalena Vieja, a dos cuadras de la casa de don José de San Martín y al frente del Bar Queirolo, uno de los más famosos por sus vinos y piqueos. Según el religioso, los alumnos de dicho centro estudiantil requerían de disciplina, cosa que el Gordo aseguró poder brindar.

-Señores, yo estoy aquí para hacerlos hombres, les enseñaré a luchar y a manejar armas de guerra- Volteó y sacó una carabina de aire de un maletín y se dispuso a enseñarnos diferentes posiciones de ataque y gritos de lucha.


Los mensajes iban dirigidos a 39 rostros asfixiados de miedo y angustia. Hombres de 12 años que serían preparados para servir como reservas en caso de un conflicto bélico con algún país vecino. Sólo un rostro parecía estar totalmente desinteresado. Tenía los ojos cerrados y los músculos de la cara se contraían con un ritmo acelerado mientras gotas de sudor bajaban por su frente. Se trataba de Huanta.

Huanta, que provenía de una familia de clase media de algún suburbio limeño, había encontrado a su corta edad el perfecto equilibrio entre lo sexual y lo cotidiano; pudiendo inhibidamente darse placer en los momentos y situaciones más inesperadas y sin poner en juego su masculinidad, bailar como una sensual cabaretista de la avenida la Marina, prestándose a los juegos sexuales de cada uno de sus compañeros. Sea en el colegio o en alguna reunión, se las arreglaba para tomar a su compañero y ponerlo a trabajar en busca del placer.

El Chivo, que siempre se sentaba a su costado, no descansaba en tomarle la cabeza, llevarla hasta sus genitales y comenzar a gritar como una gozoza y barata mujer.

-Oe ya no jodas pe, ya te he dicho que yo no soy cabro-
-Como que no eres cabro, eres un cabrazo, ¡venga paca, un mameluco para tu marido!-respondía el Chivo y comenzaba a simular una mujer sedienta de placer.
-¡Ta mare oe!, déjame hacer mi tarea pe, que en mi casa no he hecho nada. ¡Alucina que ayer me masturbé once veces! Al final ya no me salía nadita de leche, terminé cansadazo.
-¡Once veces!, ¡mierda!, guarda que llegas a los 20 sin semen. Más bien sácame el mío. Venga paca, otro mameluco. Oh Huanta, oh Huanta, eres una puta tan barata.- se escuchaban los gritos del Chivo entre el bullicio burlón del resto de la clase.


En menos de 20 minutos el Gordo ya había perdido el control y se había repetido 30 veces la misma frase dentro de su cabeza: Estos serán los 5 años más largos de toda mi vida…pobre Iriarte.