jueves, 19 de mayo de 2011

Regresando al Perú III o Ser Forestal II

Como muchos saben, el destino me llevó a trabajar por casi dos años a unos 15 kilómetros del Codo del Pozuzo, en una finca de una empresa privada limeña.


A pesar que la misma venía existiendo por más de una década, hasta el momento no habían tenido rentabilidad alguna, y por supuesto nunca repartido algún tipo de dividendos. El dueño, un militar retirado, intentaba formar su propio imperio de la forma más autoritaria posible, tomando decisiones técnicas sin sentido, explotando a la mayoría de sus trabajadores, y hasta contratando a niños.

A pesar de la década de existencia, el lugar no contaba con servicios básicos. No teníamos electricidad, un teléfono o agua tratada.

Por supuesto que yo sabía las condiciones. Pero tenía que hacerlo. Vivir en mi piel la pobreza, entender a la gente y la naturaleza. Apreciar los diferentes fenómenos y ser parte activa del complejo sistema boscoso tropical.
Al cabo de un año y medio me estaba volviendo loco. Hablaba solo y lloraba por cosas sin mayor sentido.

Llegué a entender a la gente y sus necesidades. Los trabajadores se hicieron mis amigos y los comprendí. Fui uno más. Hacía lo que ellos hacían. Cazaba, pescaba, cultivaba, me hice dependiente de los ciclos lunares, recolectaba frutos, me guié por las estrellas, desayuné, almorcé y cené el 80% de las veces con ellos.
No tenía ningún problema en caminar sólo a las diez u once de la noche por el bosque y dormir allá, sólo para cazar o sentir el ecosistema nocturno. Me escapaba de las trochas y penetraba en la densa selva sólo con una linterna. Quien conoce el bosque tropical, sabe que eso es una locura y para muchos un suicidio. Para mi fue de lo más normal.


Tenía el rol de la pesca en el grupo. Mientras muchos de ellos trabajaban hasta las tres o cuatro de la tarde en los campos de la empresa, yo me empeciné en buscar alimento en la quebrada cercana y para poder comer además de arroz y menestras algo diferente.


Intenté también influenciar en ellos. Contarles los puntos que yo encontraba positivos o negativos de mi cultura. Prohibí que los niños trabajen, a pesar que tenía dos entre mis filas. Uno de trece y otro de catorce. Fue terrible pero no me arrepiento. Eran huérfanos y vivan como nómades, buscando trabajo por diferentes lugares y comiendo lo que cazaban o pescaban.

Cuando me fui perdí  casi todo contacto. Cada dos o tres meses recibía una llamada de Aquiles. A pesar que solo ganaban 20 soles por día, eran capaces de llamarme por cuatro soles el minuto. Hasta que se fueron de allí, que es lo mejor que pudieron haber hecho, y perdí casi todo contacto.

Por suerte, el penúltimo día de mi semana en Lima mi padre recibió una llamada suya. Quería saber cómo me encontraba, y cómo me estaba yendo por Europa. Con una sonrisa dibujada, mi padre le contó que yo estaba en Lima y que me quedaría solo por unas cuantas horas más. Al escuchar eso y sin pensarlo dos veces, tomó sus maletas y vino a visitarme junto a su esposa y su hijo menor; a pesar que para lograrlo tenía que viajar 12 horas, y sólo nos íbamos a poder ver por seis.

A las seis y treinta de la mañana me comunicaron que ya habían entrado en la capital. Al bajar del bus interprovincial y ver nuevamente nuestros rostros, hizo que mi cabeza viaje nuevamente a aquellos lugares recónditos. Volví nuevamente a hablar el mismo dialecto selvático, volví a pensar en la caza, la pesca y la sobrevivencia.

Maria, su hija, me mando de regalo una gallina, que rápidamente se integro al grupo familiar, y seguro ahora me esta esperando a que regrese nuevamente para convertirla en un apetecible arroz con pollo.

Me di cuenta nuevamente que Lima vive en una cápsula. Pensando en la política económica que nos tocará vivir en los siguientes años, y creyendo, como alguno de mis amigos, que lo saben todo porque fueron a alguna universidad que es como la capsula dentro de otra capsula; pero que sólo hablan un idioma (Aquiles habla dos: quechua y español), y no conoce la realidad de su país. O que piensan que ya conocen el mundo porque hicieron un paseo por Cuzco, o pasaron un par de meses en Buenos Aires.

Hice más de 30 viajes por el país. La mayoría a lugares donde el turismo es mínimo. Cada vez que vuelvo a pensar en eso me reprocho por lo poco que conozco el Perú, y desde la distancia, no me queda más que leer y leer, y hacer que mi cerebro vuelva a viajar sobre los Andes hasta la Amazonia; e intentar nuevamente, y seguro inútilmente, entenderte.

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